...Un simple diálogo...
Seguía ahí… en el piso de madera, acostada.Con los brazos debajo de mi cabeza observaba como se movían muy lentamente las paletas caoba del ventilador de techo. Podía seguirlas con la mirada.
-Demasiado fuerte este perfume de jazmín- me decía a mi misma
-¿Y porqué lo uso?- pregunté
-Porque le gusta a Franco- dije bajando los ojos
-Ah… si- asumí refunfuñando
Decido subir las piernas a mi amado sillón blanco, no podía encontrar una posición cómoda sin que me doliera la espalda. El diálogo conmigo misma ya había comenzado y debía continuar, como era de costumbre.
-¿Qué es lo que vas a hacer con tu vida?- indagué
-¿Cuál de todas?
-Te haces la viva porque no tenés una maldita respuesta convincente para darte- comencé a irritarme lentamente
-No saber qué es lo que quiero ahora no significa que no lo vaya a saber más adelante
-¡Ja!- exclamé indignada –Siempre con esas inconfundibles frases que evaden el tema dejándolo sin resolver, típico, típico de vos
-¿Tantas ganas de pelear tenés?- intentaba calmar el ambiente
-¿Tantas ganas tenés de mirar a ese ventilador estúpido y seguir viviendo sin siquiera una absurda razón?- le retruqué
-Más estúpido que el ventilador es tener esta charla entre las dos, o sea, la misma persona
-¿Qué tiene de estúpido?
-Nadie nos escucha- afirmé con una sonrisa sarcástica en los labios
-¿Y para qué queres que te escuchen si ni siquiera sabes lo que queres?
Un nudo en la garganta comenzó a formarse.
En ese momento sonaba mi canción preferida en la radio, pero no tuve la fuerza necesaria para levantarme y subir el volumen… esa última pregunta me había dejado perpleja. Tenía razón, no sabía lo que quería de mi vida.
Seguía recostada, sintiendo los autos pasar, mirando el ventilador y pensando en... absolutamente nada. Decidí descalzarme y sentir el piso frío, quizás eso haría refrescar mis cabeza un poco.
“Ni yo me entiendo, ¿quién me va a entender?” balbuceaba a cada rato
-¿Porqué todos culpan a Dios cuando algo malo les pasa?- interrogué para retomar el hilo.
-Si uno no asume sus responsabilidades, entonces culpamos a otro, mucho mejor si esa persona no puede defenderse.
-Es como decir: ¡Maldito Espíritu Santo! ¡Hiciste que reprobara Derecho III!
-Mmmmm… algo así.
-¿Que queres decir? ¡Si yo acepto mis responsabilidades! Ya se que soy un fracaso, ¿O te queda alguna duda? Agarrá un espejo y fijate lo patética que nos vemos, acá en el piso, mientras los otros viven, nosotras respiramos.
-¿Y qué nos impide vivir?
-No sé… eemm… ¿Orgullo?- pregunté levantando una ceja sugestivamente
-¿Desde cuándo sos orgullosa? ¡Miedo habrás querido decir!
-Miedo nunca tuve… inseguridad tal vez…
-¡Inseguridad! Esa palabra me faltaba…
Seguía mirando el ventilador y moviendo los deditos de los pies, pero dentro mío se desataba una lucha crucial, que se había pospuesto por mucho tiempo y ya no debía esperar ni un segundo más.
-Nunca me sentí completamente segura en mi vida, no es algo raro entonces.
-Lo sé, pero nunca luchaste por esa seguridad, siempre te dejaste caer ante cada fracaso consecutivo y patético que destruyó tu autoestima al límite de haber decidido mudarte acá, en este condenado departamento gélido y sombrío de Franco.
-¡¿Porqué decís eso?! ¡Es el hombre de tu vida!
Luego de un minuto de serias dudas, se escucha internamente:
-… Es que… No lo se…
-Al final no era yo la única insegura…
El teléfono suena y suena sin descanso, pero todo era demasiado interesante como para bajar las piernas, desatar los brazos debajo de mi cabeza y dejar de discutir.
-¿No te das cuenta? Dejaste todo por el, renunciaste a tu carrera, a tu familia, a tus amistades, a tus proyectos, por promesas vacías. Encima por un hombre que no te ama.
-Si no me amara no me habría dicho que me mudara con él, no me habría dicho que quiere ser mi esposo- afirmé con un poco de enojo.
-Ama la compañía, no a vos- dije cruelmente. ¿No ves en su mirada la terrible soledad que padece? Sos lo único que tiene, pero no te ama a vos, ama tu presencia. Ya no te besa, no te toma de la mano, solo se sienta al lado tuyo pretendiendo ser feliz cuando por dentro grita de infelicidad.
La mirada quedó estática en el tiempo, sin forma, sin sentido. Estaba reaccionando, todo tomaba un sentido, y la culpa era mía, solo mía. De eso estaba segura, por primera vez en mi historia.
Coloqué mis zapatillas grises en los pies helados, apagué el ventilador y me desperecé. Apagué el ventilador, y con una sola meta tomé mi abrigo lila que tanto adoraba y llevaba conmigo a todos lados.
Miré un poco alrededor. Quise tener una imagen de aquello que se había transformado en la razón de mis abandonos personales.
Jugué con las llaves como de costumbre, abrí la puerta y justo entraba Franco.
No dejé que dijera ni una palabra.
-Ahora vengo- exclamé con mucha seguridad.
-Bueno, pongo el agua para el cafecito, te espero- dijo aquel sujeto inanimado
Seguí mi rumbo sin mirar atrás y pensando solamente dos cosas:
-Todavía no entiendo cómo hay gente que gasta fortunas en psicólogos y luego de años ni siquiera logra resolver algo. Al fin y al cabo la clave es tener un buen diálogo con uno mismo- me dije.
-Muy cierto… Uy…Pobre Franco… se le va a evaporar el agua de tanto esperarme- comenté con una leve sonrisa de satisfacción.